Psicofonías

(algo así como el blog de Psicobyte)

Disculpas

Desde el pasado lunes, tengo una muela fancamente jodida.

Si nunca te ha pasado, no puedes ni imaginarte lo que duele eso...

Llevo toda esta semana terriblemente dolorido, drogado hasta las cejas o muerto de cansancio. Generalmente, padezco las tres cosas a la vez.

Esto hace que mi rendimiento baje prácticamente a cero. Tanto en mi trabajo, como en mi vida privada, como en este blog. Es como si no estuviera.

El Lunes a las cinco de la tarde tengo cita con el dentista: Estoy deseando que llege ese momento (lo cual es prueba de que me duele mucho: Algún día hablaré de mi fobia a los dentistas).

Pido disculpas a los que llegan aquí con la (circunstancialmente vana) esperanza de leer algo interesante.

Pero, sobre todo, pido disculpas a los que me han tenido que soportar esta semana...

Flores

Florecillas

Paso todos los días por ahí, y no las había visto.

Seguramente ya estaban antes, pero no me había fijado hasta hoy.

Pequeñas y arracimadas, con ese peculiar tono de rojo sobre el verde de las hojas. Son como un aviso: "La primavera está mas cerca de lo que crees".

Este año me siento preparado para enfrentarme con éxito a mi tradicional ataque de melancolía primaveral.

Aunque sea a base de chocolate para estimular mis betaendorfinas...

No, si la culpa no es del invierno, ni la primavera, ni el verano, ni el otoño. La culpa es mía, que que debo tener un punto masoca por la cosa depresiva. Pero, de verdad, este año no caigo.

Infancia

Me crié en el límite entre la ciudad y la vega de Granada.

A saber: Podía salir del portal de mi casa, cruzar una calle y llegar a un fascinate solar repleto de cascotes, chatarra y desperdicos. Y, más allá de este solar, la "salvaje" inmensidad de huertas, maizales, campos de tabaco y, casi en el horizonte del universo conocido, misteriosas choperas que aguardaban en silencio el paso de intrépidos exploradores.

Mi colegio estaba en esa vega, y tenía que andar por un camino bordeado de zarzamoras, ortigas y saúcos para ir a clase.

Los días de la infancia siempre se evocan mucho más luminosos y reales, aunque supongo que solo es una traición del recuerdo. Pero lo cierto es que aquella época de bandadas de críos correteando como una plaga bíblica por caminos polvorientos, trepando a higeras y arrasando cañaverales tiene todos los puntos para convertirse en el arquetipo de la añoranza.

Debe ser que tengo el día melancólico.

En una época en que solo había dos canales de televisión, las diversiones infantiles eran bastante más incivilizadas que matar monstruos en la Play Station:

"Explorar" casas abandonadas era una idea emocionante cuando no conocías el concepto "allanamiento de morada".

Guerrear a pedradas con las niñas del colegio de al lado, o acabar atando alguna a un árbol, sonaba tremendamente razonable (Ahora que lo pienso, visto con la perspectiva de los años, lo de las pedradas me parece un poco peligroso, pero lo de atar colegialas aún puede llegar a tener su interés).

El maiz, si lo robas y lo asas en una hogera. La fruta, si la comes directamente del árbol ajeno. Las habas arrancadas a toda prisa de la mata. Todo eso tiene un dulce sabor a bandidaje que compensa el riesgo de regresar a tu casa atenazado de una oreja. O incluso el de sentir el cruel mordisco de los perdigones de sal.

Si te dedicas a la guerra, el allanamiento y el latrocinio hortofrutícola, necesitas un escondite donde refugiarte. Para ello nada mejor que una choza en el cañaveral más cercano, o la caja de un camión en la chatarrería.

Trepar, saltar, correr, huir, retar, caer, pelear, escarbar, perseguir, arrojar...

Todas las madres del barrio disponían de un completo surtido de vendas, tiritas, cremas... Y mercromina, mucha mercromina. Mi infancia está teñida por el rojo de la mercromina.

La mercromina, como todo en ese tiempo, se obtenía en "la tienda del Quique", un local poco iluminado y fresco, en cuyas polvorientas estanterías podías encontrar dede una lata de atún a un rollo de cuerda o crema para los zapatos. Y, si no lo encontrabas, se lo podías pedir al "abuelo del Quique" o a la "madre del Quique". Estoy seguro de que tanto la tienda, como el abuelo, como la madre, tenían nombre.

Hoy, en mi solar y la fabulosa chatarrería aneja, hay un elegante parque. Las higueras y el cañaveral que nos ocultaban están bajo una gasolinera. En mi maizal ha brotado un centro comercial. Las matas de habas ha mutado en edificio de viviendas. Por la mayor parte de las casas objeto de mis allanamientos pasa una autovía. En la tienda de Quique hay un cuidado escaparate con muebles de diseño.

El tiempo transcurre lento pero inexorable. Como una apisonadora.

Born to be Wild

Todo el mundo tiene a veces la misma ensoñación:

Dejarlo todo, olvidar la monotonía de la vida cotidiana, liarse la manta a la cabeza y abandonar todo eso que asumimos como importante, pero que en el fondo sentimos que no lo es tanto.

En definitiva, huir de nosotros mismos, y ser libres.

Peter Fonda, Dennis Hopper y Jack Nicholson en "Easy Rider": ¡Born to be Wiiiiiild!

Sin planear nada, sin prever nada, solo tú y el momento, bebiendo la frescura de cada segundo, descubriendo lo que hay más allá del tedio, del estrés, de la desesperación de sentirse encerrado, de la opresión de uno mismo.

Pero entonces despiertas, y empieza un nuevo día.

Un día indistinguible de ayer.

Alma proletaria

Truffaut, Zhang Yimou o George Lucas. No importa. Pero tiene que ser con la bolsa de palomitas más grande que exista, y con un refresco de similar envergadura. Creo que los auténticos cinéfilos llaman (despectivamente) a la gente como yó "masa palomitera".

Ni champagne, ni cava, ni exquisiteces enológicas de ninguna clase: Lo mío es la tradicional cerveza, dorada, cristalina, espumosa, refrescante.

Olvídate de hacer cola ante discotecas super super fashion con gorila malencarado en la puerta. Quiero estar acodado en la barra de mi garito y escuchar cómo los borrachos de al lado solucionan los problemas del mundo.

Abajo las cafeterías de lujo, con barrocas estatuas dorados sosteniendo las lámparas y querubines pintados en el techo. Prefiero escuchar el grito de locomotora de la máquina de café y la repetitiva música de la tragaperras que está siendo acosada por un paisano.

Nada de restaurantes de cientoventiseis tenedores, nouvelle cuisine, ni delicias de colibrí en salsa de arándanos recién recolectados. Soy mucho más feliz en la combinación bar-y-bocata.

Arranquemos los cocodrilos de sus polos, muerte a las corbatas, vamos a quemar esas camisetas con logotipos grandes como vallas publicitarias. Me quedo con el viejo jersey de lana que tejió mi madre y con mi ropa de segunda mano.

No quiero hoteles con una constelación de estrellas sobre la puerta ni viajes cargados de maletas. Me gustan mi mochila, mi saco de dormir, mi tienda de campaña, y un albergue barato.

El golf es aburrido, y el tenis muy cansado. Es mucho mejor el futbolín y, a veces, darle patadas a un bote mientras caminas por la calle.

Nunca podré ser rico. No me sale.

Tengo alma de proletario.

PPCMS 2022