Debe ser porque soy un vicioso y un pervertido, o algo de eso.
Seguramente, también debe ser que no tengo la suficiente implicación histórico-política.
Porque, cuando he visto el título de esta noticia, no he pensado en Woodward y Bernstein, ni en el Watergate, ni en Richard Nixon.
Ni siquiera he pensado en la (muy recomendable) película "Todos los hombres del presidente"
No. A mí me ha venido a la mente Linda Lovelace.
Al menos, puedo alegar en mi defensa que Woodward y Bernstein también pensaron en ella cuando le pusieron el seudónimo a su informador.
En cualquier caso, yo también tengo bastante curiosidad por saber por fín quién fué.
Ilsa: ¡No Richard! ¡No! ¿Qué te ha ocurrido? Anoche dijimos...
Rick: Anoche dijimos muchas cosas. Tú dijiste que yo tenía que pensar por los dos, y después de hacerlo he llegado a la conclusión de que debes ir con Victor, que es a quien...
Ilsa: ...Pero Richard no...
Rick: Por favor, escuchame. ¿Tienes idea de lo que deberías soportar aquí? Lo más probable es que los dos acabáramos en un campo de concentración. ¿No es así Louis?
Louis: Me temo que Strasser insistiría en ello.
Ilsa: Lo dices sólo para que me vaya.
Rick: Lo digo porque es verdad. Tú y yo sabemos que perteneces a Victor, eres el impulso para que él siga adelante. Si ese avión sale, y tú no estas con él, lo lamentarás.
Ilsa: ¡No!
Rick: Tal vez hoy no, puede que mañana tampoco, pero sucederá algún día.
Ilsa: Pero... ¿y nosotros?
Rick: Siempre nos quedará París, no lo teníamos, lo habíamos perdido, hasta que tú llegaste a Casablanca. Anoche lo recuperamos.
Li me ha regalado la película Casablanca, que venía la semana pasada de regalo con el periódico.
Es un hecho que no por habitual deja de ser interesante: El hombre parece sentir una necesidad compulsiva de marcar hitos en su pasado, de atomizar la existencia, dividirla en secciones claras y definidas. Quizás para que sean más digeribles.
Por ejemplo: La Edad Media dió paso al Renacimiento exactamente el 29 de Mayo de 1453, con la caída de Constantinopla ante los ejercitos turcos.
Y, sin embargo, para la mayoría de la gente (con la notable excepción de los propios ciudadanos de Constantinopla, claro), el día anterior a la victoria turca fué exactamente igual al siguiente. Los campesinos salieron a labrar sus campos como lo habían hecho ayer, los pintores siguieron los cuadros que tenían a medio terminar si cambiar su estilo, en los monasterios rezaron las mismas oraciones (escepto en la catedral de Santa Sofía, evidentemente), y los navegantes no cambiaron su rumbo.
De hecho, los cien años anteriores se diferenciaron muy poco de los cién siguientes. Nadie pareció apercibirse de que entraban en una nueva era.
No digo con este ejemplo que el Renacimiento fuese igual que la Edad Media. Si no que el cambio fué lento, suave, a lo largo de mucho tiempo, y que es imposible establecer una frontera definida.
Pero nos gusta poner límites claros. Nos ayuda pensar que hasta aquel día el mundo era uno, y el siguiente ya era otro.
De igual modo nos gusta celebrar cumpleaños: Decir "Ya soy un año más viejo que ayer", cuando solo eres un día mayor. Sabes, en realidad, que no es cierto. Pero, supongo, te sirve para aclarar conceptos.
Toda esta tontería pseudofilosófica viene a que, ayer, Li y yo celebramos el primer aniversario de nuestra relacción. No fué hace un año en realidad cuando esto comenzó. Ni fué un poco antes. Ni algo después tampoco.
Hace más de un año nuestra relacción era de una forma y ahora es otra distinta. Sin fronteras visibles, sin límites precisos.
Pero, en cierto modo, ayer cumplimos un año. Pusimos ese pequeño hito en nuestra historia particular.
Si es que no doy abasto:
Ando un poco liadillo en el trabajo, y no he tenido demasiado tiempo de meter mano por aquí.
Es que no me dán tiempo ni a equivocarme. Pnesaba escribir un post agadeciendo al Obispo Martínez Camino que empiece a salir de las cavernas, cuando la Curia se reune de urgencias para decir que nones, que lo medieval mola.
Qué se le va a hacer.
En Guachinton, el Emperador está siendo coronado de nuevo. Y yo no le he felicitado ni nada. La verdad es que tampoco pensaba hacerlo.
Y, puestos a felicitar, tampoco he felicitado la fiesta del cordero. No sé cuál es la fórmula tradicional para hacerlo, pero "Paz a los hombres de buena voluntad" me parece bastante válida para cualquier circunstancia.
Mi trackback sigue sin funcionar. A pesar de la ayuda prestada por Ark y Campanilla, no tengo ni idea de por donde falla esto. Y no tengo tiempo de mirarlo. Enviar, envío, pero de recibirlos nada...
Y, sin embargo, he recuperado mi PageRank. Ya se me ha pasado la llantina.
En breve haré un viaje a Númenor. No puedo hablar más, ya te comentaré esto con más detalle.
Y eso es todo, que no tengo mucho tiempo.
De pequeño, mi hermano y yo desayunabamos sendos "colacaos" antes de ir al colegio mientras, en la radio, se escuchaba el serial radiofónico "la saga de los porretas".
Mis recuerdos de los desayunos de mi infancia estarán por siempre sonorizados por la voz asmática del abuelo Segismundo.
Por las mañanas de mis veranos en Lanjarón, moscas madrugadoras jugaban a lo que quiera que sea que juegan las moscas, que básicamente consiste en dar vueltas en el aire unas en torno a las otras. La luz (que, como todo el mundo sabe, en las mañanas de verano es mucho más lenta de lo normal) se filtraba por una rendija en la ventana y proyectaba una imagen de cámara oscura sobre el techo. La imagen borrosa e invertida de la carretera era cruzada rápidamente por algún coche o, con más calma, por un viandante matutino con su burro.
Al rato, acababa entrando en escena un esperado chaval con una carretilla, gritando el conocido sonsonete "tooortibollooo" (que es una forma muy alpujarreña de decir "Tortas y bollos" a una potencial clientela ignorante de los peligros del colesterol).
Las mañanas de Lanjarón suenan a "tortibollo" con su particular e inolvidable entonación, y al zumbido de alguna mosca retozona.
De pequeño también tenía un gran camión de bomberos, hecho de lo que hoy se consideraría peligrosísima chapa metálica, lo suficientemente grande para que yo me pudiera encaramar sobre él. Tenía una larga escalera extensible y era rojo. Fabulosamente rojo.
Yo me arrastraba sobre la alfombra y hacía rodar mi gigantesco camión de bomberos (que, según las ocasiones, podia ser tanto eso como un tren o una nave espacial).
En mi memoria, la ventana del salón siempre proyecta un revitalizador abanico de brillante (y sospechosamente irreal) luz veraniega, en el que partículas de polvo se agitan en su mística danza browniana. Y, en el tocadiscos (que es un chisme parecido a un reproductor de CDs, pero con los discos más grandes, llamados "elepés", de vinilo negro brillante), suena Demis Roussos cantando "Adios, mi amor, adios" o "morir al lado de mi amor".
La banda sonora de mi infancia está firmemente anclada en un griego barbudo de inabarcable perímetro. Bién mirado, sería difícil tener un pasado con un referentes musicales de raíces más solidas que esas.