En el año 1911 y ante varios testigos, en Nakhla (Egipto), murió un perro.
Lo sé: Es más que probable que en ese año y lugar muriera más de un perro. Pero ese perro es el único ser vivo del que tenemos registros directos de que su muerte se debió a la caída de un meteorito.
Quizás la muerte de un perro no sea tan espectacular como algunas películas de meteoritos que se ven por ahí, pero no existen testigos directos de ninguno más mortífero que el de Nakhla.
Te he contado esta ridícula anécdota por lo siguiente:
Hace unos meses hablaba por aquí de la necesidad humana de dividir la historia en segmentos, de instaurar hitos, aunque la historia realmente sea contínua y no ocurra "a saltos".
la tesis que sostiene que el devenir histórico es algo que ocurre lentamente y a pasos indistinguiblemente pequeños tiene una larga tradición (sobre todo en Geología) y se llama "Uniformismo".
Puse como ejemplo el paso de la edad media al renacimiento, y dije:
De hecho, los cien años anteriores se diferenciaron muy poco de los cién siguientes. Nadie pareció apercibirse de que entraban en una nueva era.
(La autocita, sobre todo en un bloguero, es la cota más miserable de pedantería a la que se puede llegar)
Pero el uniformismo no siempre es la mejor aproximación a al realidad, y el caso es que escribí esa frase con cierto azoro porque, mientras lo hacía, tenía en mente un contraejemplo bastante notorio.
Me prometí en su momento hacer alusión a ese contraejemplo, pero el tiempo ha ido pasando y yo lo he ido dejando de lado.
Además, desde mi estantería, un libro del que luego hablaré llamaba mi atención señalándome culpabilizador.
De modo que vamos allá.
Hace unos 65 millones de años acabó el periodo geológico llamado Cretácico, y comenzo el Terciario. En cierto modo, hubo un pequeño perido de "transición" entre las dos eras, pero ¿Cuanto duró este periodo?
Aproximandamente unos cuatro o cinco segundos.
Ese fué el tiempo que tardó en estrellarse contra la tierra un gigantesco meteorito, provocando la mayor explosión de la que tengamos conocimiento en la superficie de la tierra.
La historia ya es conocida por todo el mundo: Un "pedrusco" de unos 10 Km. de diámetro inpactó contra la tierra en Chicxulub, en el Yucatán (México), creando un crater de casi 200 Km. de diámetro y 2 de profundidad.
La explosión provocada levantó una nube de polvo, vapor y gases que cubrió la Tierra, provocando un "invierno nuclear" y la extinción, al menos, de la mitad de las especies sobre el planeta. Entre ellas a los grandes y famosos dinosaurios.
Tan fascinante como el acontecimiento en sí, es la historia de su descubrimiento, en gran parte casual, que relata magistralmente Walter Alvarez, uno de sus artífices, en su libro "Tiranosuaurus Rex y el Crater de la Muerte".
El límite K/T es un estrato de arcillas que marca la frontera geológica entre el Cretácico y el Terciario.
El que esta "frontera" sea una capa delgada puede indicar dos cosas:
Había mucho debate sobre ese tema, y la cosa no tenía visos de solución en ningún sentido.
A principios de los ochenta, el Físico Luis Alvarez y el paleotólogo Walter Alvarez (La coincidencia de apellidos no es casual: Eran padre e hijo, respectivamente) investigando este problema, concibieron la siguiente idea:
Todo el iridio presente en la tierra es el resultado del aporte de los meteoritos. Asumiendo que estos caen a un ritmo estadísticamente contínuo, solo hay que medir la cantidad de iridio en un estrato y compararlo con los adyacentes para determinar su duración relativa. La cantidad que se deposita a lo largo de los años es muy pequeña, pero se puede medir.
El caso es que midieron la cantidad de iridio, y encontraron noventa veces la cantidad a la que apuntaban sus espectativas más altas: Incluso suponiendo una velocidad de sedimentación extremadamente lenta, el perido de tiempo habría sido irrazonablemente largo.
Los Alvarez sopesaron una serie de hipótesis hasta que dieron con la que más se ajustaba a los datos: El hoy famoso meteorito.
La subsiguiente aventura de corroborar esa hipótesis y, más interesante, localizar el gigantesco crater que debió crear ese impacto está detalladamente relatada por Walter Alvarez en su libro de modo ameno e interesante, al modo de una novela de misterio (aunque, a estas alturas, el lector sepa ya dónde se oculta el arma del crimen).
Para no alargarme más (que me conozco), solo diré que es un buén libro, que explica los temas con detalle pero sin entar en tecnicismos superfluos, y que es al tiempo una fascinante descripción de cómo desaparecieron los dinosaurios y un interesante relato del modo en que funciona la investigación cienctífica.
Así que ya sabes: "Tiranosuaurus Rex y el Crater de la Muerte", de Walter Alvarez. Te lo recomiendo.