Publica Hamdah Salhut en Tweeter que las fuerzas israelíes, durante una incursión en la ciudad de Yenín (que me gustaría recordar que no está en la franja de Gaza, sino en la Cisjordania), ataron a un palestino herido al capó de su vehículo, usándolo como escudo humano.
Esto, naturalmente, es una salvajada inmoral e inhumana que, además, va en contra de los derechos humanos, las leyes internacionales, y cualquier tratado sobre la guerra o cómo debe tratarse a los prisioneros o las víctimas de conflictos.
Y supongo que no te sorprenderé si te recuerdo que esta estrategia de las fuerzas israelíes de usar civiles palestinos como escudos humanos no es nada nuevo, y que ya hace veinte años que comentamos un caso similar en el post ¡Que me abollas el jeep!. Solo que, aquella vez, el escudo humano era un niño y no un hombre herido.
Solo un pequeño recordatorio de que, por supuesto, esto no empezó ayer, ni el pasado 7 de octubre, ni hace veinte años.
Ya he comentado esto alguna vez, pero siempre es bueno recordarlo:
Aún teniendo en cuenta las enormes carencias y limitaciones del sistema democrático representativo, cuando se trata de frenar el fascismo, votar sigue siendo enormemente más efectivo que manifestarse después de conocer el resultado.
Se encontraba en el almacén de carne, la noche en que Dresde fue destruida. Procedentes del exterior se oían unos ruidos parecidos a los pasos de un gigante. Era el estruendo que producían las bombas al estallar. Los gigantes caminaban y caminaban pero como el almacén de carne era un refugio muy seguro todo lo que lograban allí era provocar, de vez en cuando, una lluvia de cal. Con Billy sólo estaban los demás americanos, cuatro de los guardas se habían marchado en busca del calor de sus hogares, antes de que empezara el bombardeo. Todos morirían con sus familias.
Así fue.
Las muchachas que Billy había visto desnudas también morirían todas, dentro de un refugio mucho menos seguro situado en la otra parte de los establos.
Así fue.
De vez en cuando un guarda subía hasta el principio de las escaleras para observar lo que sucedía en el exterior. Después volvía a bajar y murmuraba algo a los demás guardas. Fuera caía una tormenta de fuego. Dresde se había convertido en una gran llama, una llama única que consumía todo lo combustible.
No pudieron salir del refugio hasta media mañana del día siguiente. Cuando los americanos y sus guardas aparecieron, el cielo estaba negro de humo. El sol era un pequeño punto malhumorado. Dresde parecía un paraje lunar. No quedaba nada, excepto lo mineral. Las piedras estaban calientes. Todos habían muerto.
Así fue.
Foto de Mohammed Abed, Le Monde
Kurt Vonnegut sabe de lo que habla: estuvo en Dresde aquella mañana (era un soldado americano prisionero de los alemanes), salió a esa ciudad convertida la superficie de la luna, y vio la misma muerte y destrucción y polvo que Billy Pilgrim, el protagonista de Matadero cinco.
Por eso, en el prefacio a esa novela, nos cuenta que:
Les he enseñado a mis hijos que jamás tomen parte en matanza alguna bajo ningún pretexto, y que las noticias sobre el exterminio y la derrota de sus enemigos no deben producirles ni satisfacción ni alegría.
También les he inculcado que no deben trabajar en empresas que fabriquen máquinas de matar, y que deben expresar su desprecio por la gente que las cree necesarias.
Que, bien mirado, más que a la categoría de norma moral, se acerca más a la de mínimo exigible: pero es que, probablemente, para mejorar el mundo no hacen falta grandes códigos éticos, sino tan solo omportarnos como seres humanos medianamente decentes.
Como sin duda ya sabes, hoy se celebra en todo el mundo la Pastabuena, víspera del Día del Santo Apéndice, la fiesta más importante del pastafarismo; una fiesta para disfrutar con familia y amigos.
Esta noche es cuando el Terrible Pirata Robert viaja por todo el mundo repartiendo regalos a la voz de "¡Como desees!"
Como es una fiesta para sentirse feliz y amable con los demás, y recordarnos que sentirse feliz y amable con los demás es algo que debería hacerse todos los días, aquí van, a modo de recordatorio, los ocho condimentos del evangelio pastafari:
Lo de tener un blog desde hace tantos años es, a veces, muy interesante: a veces te permite ver, por ejemplo, cómo el tiempo ha cambiado tu forma de ver las cosas.
Hace casi veinte años, un yo más joven escribía por aquí mis dudas sobre si debía votar o no.
Me consta que la opinión del yo de hace veinte años estaba muy meditada, y no era un capricho decidido a la ligera. pero, para bien o para mal, ha pasado el tiempo y, aunque mis ideas políticas no ha variado mucho, mi opinión en el sentido más pragmático sí que ha cambiado.
Así que aquí va mi (tardío) mensaje a mi yo más joven (y más guapo, con más pelo y más delgado):
En las democracias representativas, el trabajo de los partidos políticos es, básicamente, obtener votos para construir mayorías con las que formar gobiernos.
El trabajo de los gobiernos así formados (y, en puridad, también el de los representantes en la oposición) es aprobar leyes; leyes que, previsiblemente, irán orientadas en la dirección que marquen la ideología, el programa, la tradición política y la capacidad negociadora de los partidos que hayan contribuido a ellas.
Naturalmente, un gobierno no podrá aprobar todas las leyes que le gustaría. Estará condicionado por los pactos que pueda formar, claro está; pero también por otros condicionantes sociales, como la opinión pública o los poderes económicos, militares o ideológicos. Un gobierno podría considerar deseables cosas como, por ejemplo, la privatización de los recursos del estado o la nacionalización del sistema productivo, pero, normalmente, no podrá alcanzar esos objetivos directamente, y tendrá que conformarse con cambios menores que le aproximen a su ideal.
Pero, en cualquier caso, la herramienta que tienen los gobiernos para alcanzar sus objetivos son las leyes.
Estas leyes articulan cosas como los impuestos, servicios sanitarios y de asistencia, defensa, cuidados, educación, relaciones laborales, urbanismo y obras públicas, códigos civil y penal y, a través de todo esto, todas las relaciones sociales y económicas de la sociedad.
En definitiva, son las leyes las que definen una nación.
En resumen: en una democracia representativa votamos a partidos para que hagan leyes.
El único efecto que tiene el voto es el de dar al votante cierto (poco) poder de decisión sobre qué grupo formará gobierno y, por tanto, que tipo de leyes se aprobarán. Individualmente, el efecto del voto es prácticamente nulo; colectivamente, es la herramienta de acción política más poderosa disponible en las democracias representativas.
Votes o no votes, habrá un gobierno. Y ese gobierno hará leyes acordes con su propio enfoque político. EL voto es, en última instancia, la forma de influir sobre qué leyes se van a aprobar.
No votar no combate el sistema: si no votas, el sistema simplemente te ignora.
No votar no manda un mensaje político: si no votas, lo único que muestras es que confías plenamente en el criterio de tus conciudadanos.