Si yo sugiriese que retiraran las imágenes mitológicas de una iglesia, seguro que te lo tomarías a broma (O, a las malas, como una terrible ofensa, que de todo hay).
Pues me entero por Pharyngula de que, según publica Telegraph, eso precisamente es lo que ha hecho en sus cementerios la diócesis de Bath y Wells (adscrita a la iglesia de Inglaterra).
Lo que pasa es que no lo ha hecho con las estatuillas que te estás imaginando, si no con las de los ubicuos gnomos de jardín.
Según un representante de dicha diócesis:
Los gnomos no existen en realidad, de modo que ¿por qué debemos tener esas criaturas antinaturales en los cementerios?
Supongo que alguien debería hacerle notar la deliciosa ironía...
Al parecer, según dicen los antropólogos *, los conceptos de "minoría" y "mayoría" existen en casi todas las sociedades estatales.
Se trata de grupos étnicos, raciales, culturales o, mas en general, que se identifican a sí mismos como pertenecientes a un grupo "distinto" del resto de la sociedad (y son identificados por los demás como tales).
Contrariamente a lo que dice (en el momento de escribir esto) la Wikipedia, las minorías no tiene por qué serlo en el sentido numérico (los negros en la Sudáfrica del apartheid, por ejemplo, eran una "minoría", aunque superaran en número a la "mayoría" blanca) sino que se definen así por los derechos o libertades que, legal o culturalmente, se les niegan o dificultan. Una minoría determinada puede estar en un lugar más o menos alto en la jerarquía social, pero (por definición) no puede estar en la cúspide.
En general, para que la existencia de una minoría sea estable en el tiempo, debe haber alguna forma de impedir o limitar los matrimonios con personas ajenas a dicha minoría.
Adicionalmente, otra forma de mantener la brecha social es por medio de algún tipo de norma legal o cultural por la que los hijos de matrimonios mixtos sean asignados a la minoría.
En Estados Unidos la población negra es una minoría.
Hay (cada vez menos) impedimentos de tipo cultural a los matrimonios interraciales.
Hay también un fenómeno de asignación a la minoría, por el que los hijos de negros y blancos son socialmente considerados negros (y llegando a veces, por iteración, a extremos ridículos).
Todas estas circunstancias confluyen para que, a día de hoy, Barack Hussein Obama, que tiene una mitad de su ascendencia en Europa y la otra mitad en Africa (Y, por lo visto, también tiene algún antepasado americano), esté a punto de convertirse en el primer presidente de los Estados Unidos de América de "raza negra".
Si la norma social fuese otra, Obama podría ser Irlandés o Cherokee.
Aznar se ha autodefinido como un "ecologista sensato".
En principio, me parece bueno lo de ser "ecologista" (aunque corre por ahí cada cosa con ese nombre...). Y, por supuesto, me parece también estupendo lo de ser "sensato", de modo que la conjunción de ambas cosas debe ser buena, supongo.
El matiz viene cuando te explican que lo ha hecho durante la presentación del libro "Planeta azul (no verde)" (Originalmente se titulaba "Planeta azul en grilletes verdes", pero supongo que la intencionalidad era demasiado evidente) del economista y presidente de Checoslovaquia Vaclav Klaus.
Básicamente, el argumento de Klaus es el siguiente:
Sí, Klaus es un "defensor de la libertad" que se revela contra lo "políticamente correcto" y el "pensamiento único", y denuncian a "los abanderados del apocalípsis climático" que constituyen "una nueva religión que condena a la hoguera en la plaza pública a aquellos que osen poner en duda sus tesis, sus pronósticos o sus admoniciones" y que "que aspiran a acabar con nuestra libertad".
De modo que, al final, parece que Aznar ni es tan ecologista, ni tan sensato.
La realidad del calentamiento global, sus causas y las medidas a tomar no se puede determinar por el hecho de que Al Gore o Vaclav Klaus te caigan mas o menos simpáticos, ni porque las cosas encajen mejor con tu teoría económica favorita.
Aún en el caso de que los ecologistas fuesen una caterva de demonios criptoestalinistas que, en palabras de Klaus, "quieren dirigirnos en todo lo posible y también en lo imposible", no son ellos tampoco los que deciden si hay pruebas o nó.
Aznar admite su principal problema en esta cuestión al decir que:
No sé si hay un cambio climático en el que es –o no– determinante la acción del hombre. No lo sé porque no soy un científico experto en estos temas.
Yo tampoco lo soy, de modo que le daré al señor Aznar mi receta personal para poder enterase: Preguntar (o leer) a los que sí son científicos expertos.
Pero, claro, hay muchos que se dicen expertos del tema. ¿Cómo reconocerlos?
Paradójicamente, preguntando a otros expertos. Lo que nos llevaría a una regresión infinita si no fuera porque la investigación científica ya hace mucho que resolvió eso gracias a las publicaciones especializadas, a la revisión por pares, los índices de citación (perdonadme el barbarismo) o el factor de impacto.
Básicamente, y por no hacerlo muy complicado, la cosa consiste en ver cuántas publicaciones en las revistas especializadas ha hecho alguien, y cuanto han recurrido a su trabajo otros científicos.
El sistema tiene sus fallos y sus ventajas, pero es el que hay, y hasta ahora suele funcionar bastante bien. Por muy lioso que parezca, el progreso científico (que, como dice el mismo Aznar, es "uno de los pilares del avance de la Humanidad") se basa en este embrollado método.
El señor Vaclav Klaus parece que es un reputado economista, pero en cuestiones de climatología aún no ha publicado nada. De modo que puede seguir dudando de esto del cambio climático y sospechando del contubernio marxista-ecologista, que los que sí que saben de ello dicen que la cosa está chunga.
Pero claro, es que ellos están vendidos a los ecologistas.
No, señor Aznar. Lo sensato no es creer lo que usted quiera creer, lo que diga su amigo Klaus o lo que cuadre con su ideario económico. Lo sensato es escuchar a los que saben. Para ser un "ecologista sensato" necesitaría ser un poco más ecologista, y mucho más sensato.
Será por la cosa de la crisis, pero este año le han dado el premio Nobel de economía (que, técnicamente, no es un premio Nobel, pero esa es otra historia) a Paul Krugman.
Krugman es uno de esos keynesianos partidarios del intervencionismo estatal que opinan que, si se deja a los mercados demasiado sueltos, acaban pasando barbaridades.
Como te imaginarás, para la mayoría de los liberales clásicos al uso, son poco menos que una panda de rojos bolcheviques.
Supongo que, para celebrarlo, se habrá ido de cañas con Stiglitz.
Vivo en un país extraño, el el que a los payasos profesionales les obligan a callar, mientras que los payasos aficionados escriben necedades en los periódicos.