Psicofonías

(algo así como el blog de Psicobyte)

Matadero cinco

Se encontraba en el almacén de carne, la noche en que Dresde fue destruida. Procedentes del exterior se oían unos ruidos parecidos a los pasos de un gigante. Era el estruendo que producían las bombas al estallar. Los gigantes caminaban y caminaban pero como el almacén de carne era un refugio muy seguro todo lo que lograban allí era provocar, de vez en cuando, una lluvia de cal. Con Billy sólo estaban los demás americanos, cuatro de los guardas se habían marchado en busca del calor de sus hogares, antes de que empezara el bombardeo. Todos morirían con sus familias.

Así fue.

Las muchachas que Billy había visto desnudas también morirían todas, dentro de un refugio mucho menos seguro situado en la otra parte de los establos.

Así fue.

De vez en cuando un guarda subía hasta el principio de las escaleras para observar lo que sucedía en el exterior. Después volvía a bajar y murmuraba algo a los demás guardas. Fuera caía una tormenta de fuego. Dresde se había convertido en una gran llama, una llama única que consumía todo lo combustible.

No pudieron salir del refugio hasta media mañana del día siguiente. Cuando los americanos y sus guardas aparecieron, el cielo estaba negro de humo. El sol era un pequeño punto malhumorado. Dresde parecía un paraje lunar. No quedaba nada, excepto lo mineral. Las piedras estaban calientes. Todos habían muerto.

Así fue.

Foto de Mohammed Abed, Le Monde

Kurt Vonnegut sabe de lo que habla: estuvo en Dresde aquella mañana (era un soldado americano prisionero de los alemanes), salió a esa ciudad convertida la superficie de la luna, y vio la misma muerte y destrucción y polvo que Billy Pilgrim, el protagonista de Matadero cinco.

Por eso, en el prefacio a esa novela, nos cuenta que:

Les he enseñado a mis hijos que jamás tomen parte en matanza alguna bajo ningún pretexto, y que las noticias sobre el exterminio y la derrota de sus enemigos no deben producirles ni satisfacción ni alegría.

También les he inculcado que no deben trabajar en empresas que fabriquen máquinas de matar, y que deben expresar su desprecio por la gente que las cree necesarias.

Que, bien mirado, más que a la categoría de norma moral, se acerca más a la de mínimo exigible: pero es que, probablemente, para mejorar el mundo no hacen falta grandes códigos éticos, sino tan solo omportarnos como seres humanos medianamente decentes.

Las virtudes del programador

En su libro "Programming Perl", Larry Wall dice:

We will encourage you to develop the three great virtues of a programmer: laziness, impatience, and hubris.

Que, traducido, viene a significar:

Te animaremos a desarrollar las tres grandes virtudes de un programador: pereza, impaciencia y hubris.

En el glosario del mismo libro podemos encontrar más detalles:

  • Pereza: Es la cualidad que te empuja a hacer un gran esfuerzo para reducir el gasto energético total. Hace que escribas programas que ahorren trabajo que otras personas pueden encontrar útiles, y documentar lo que has escrito para no tener que responder demasiadas preguntas sobre ello. Por lo tanto, la primera gran virtud de un programador.
  • Impaciencia: La ira que sientes cuando el ordenador se vuelve perezoso. Hace que escribas programas que no solo reaccionan a tus necesidades, sino que realmente se anticipen a ellas; o que, al menos, lo intenten. Por lo tanto, la segunda gran virtud de un programador.
  • Hubris: Orgullo excesivo, la clase de cosas por las que que Zeus te lanza un rayo. También la cualidad que hace que escribas (y mantengas) programas de los cuales otras personas no puedan decir nada malo. Por lo tanto, la tercera gran virtud de un programador.
(En español, "hubris" se puede ver escrito a menudo como "hybris"; también hay quien prefiere traducirlo como "soberbia")

Más allá de la broma y de lo ajustado o no que esté a la realidad, me da la impresión de que un comentario de ese tipo encajaría mucho peor en un libro moderno. No porque haya nada malo en ella ni porque hoy los libros sean más serios, sino porque me da la impresión de que el propio concepto de lo que es un "programador" ha cambiado.

La imagen del programador que se trasluce de las definiciones de Larry Wall es, en cierto modo, la de un aficionado: una persona que programa por motivos personales, principalmente para sí misma, para solucionar sus propios problemas y facilitar su propio trabajo; y que comparte el resultado de ese trabajo también de modo personal.

No es una visión exclusiva de Wall, puede verse también en la famosa frase de Eric S. Raymond:

Every good work of software starts by scratching a developer's personal itch.

Que, en español, más o menos dice:

Todo buen trabajo de software comienza rascando la picazón personal de un desarrollador.

Creo que no es casualidad, sino que forma parte de la mentalidad de una época, de esa ética hacker que describe el filósofo Pekka Himanen en el libro "La ética del hacker y el espíritu de la era de la información".

Sin embargo, me da la impresión de que esa mentalidad, en general, ha cambiado.

Creo que, hoy en día, el arquetipo al que aspiran los programadores es más el del profesional eficiente que el "hobbista" apasionado. Lo cual es lógico y natural: la programación es un amplio campo laboral en expansión, y las empresas de desarrollo se han multiplicado exponencialmente desde la época en que Wall y Raymond dijeron aquello. Ahora la programación es una profesión, sometida dinámicas de mercado bajo criterios de productividad y beneficio.

Es el mismo camino que siguieron otras muchas ocpuaciones: los primeros automovilistas eran consumados mecánicos (estaban obligados a ello) que trasteaban con pasión los motores de sus coches. Cuando el automóvil se convirtió en un bien de consumo masivo, llegó el momento en que la mayoría de los automovilistas desconocía como funciona su coche, mientras que la mecánica se profesionalizó progresiva y naturalmente.

Naturalmente, estoy hablando de "arquetipos", de la idea general que tenemos de cómo debe ser algo. De lo que nos viene a la cabeza al imaginar un informático o un mecánico, por ejemplo. Eso no quiere decir que no sigan exitiendo montones de aficionados a la mecánica o la programación que disfruten con pasión de su hobby (probablemente, incluso más que antes, en números absolutos).

Sin embargo, en cierto modo, y sintiéndolo por Pekka Himanen, la ética protestante parece haber acabado venciendo a la ética hacker.

Paseos por Venecia

Hace algún tiempo que JJ Merelo me regaló un ejemplar de su libro "Paseos por Venecia".

En la contraportada dice que "Si te lo encuentras alguna vez (a JJ), es mejor que no le digas 'Háblame de Venecia'", y entiendo perfectamente por qué: JJ está enamorado de Venecia.

Paseos por Venecia

"Paseos por Venecia" es una guía de viaje sincera, escrita a pie de calle, observando los detalles de cada fachada, buscando el fondo de cada calleja, deteniéndose a mirar cada rincón; se nota en cada página que está escrita por alguien que ama la ciudad y que la ha visitado a menudo.

Es el equivalente a ir acompañado por tu cuñado, ese que vive desde hace años allí y se conoce los mejores bares y todos los palazzos, y que está empeñado en contarte la historia de todos los puentes y las leyendas de todos los monumentos. Con la diferencia de que, en el caso de tu cuñado, no puedes levantar la vista del párrafo y dejar un marcapáginas.

Un aspecto curioso, que salta a la vista a todo lo largo de la guía, es que es un libro sobre Venecia escrito desde Granada. No me refiero en el sentido físico, sino en el discursivo: el libro continuamente busca los puntos de contacto entre las dos ciudades y, a menudo, cuando habla de Venecia dice "allí", y cuando dice "aquí" se refiere a Granada. No me parece mal, pero a mí me saca un poco de ese estado mental de estar allí, recorriendo las calles, que sostiene el conjunto del libro.

El que sea un libro escrito desde el amor a la cuidad no quita que también esté escrito desde el respeto a su identidad: Al contrario que muchos otros autores (quizás la mayoría), J.J Merelo habla de la Venecia que existe realmente, no de una Venecia idealizada ni de una excusa para proyectar los sentimientos y meditaciones del propio autor. Que no es algo que esté mal, sin duda, pero sería otro libro.

En este sentido, su estilo descriptivo le debe más a Marco Polo (lo que suena bastante lógico) que a la tradición romántica del Grand Tour que tanto contribuyó a crear la imagen popular de la ciudad.

La guía trata de poner en contexto cada elemento con su entorno y su historia aunque, eso sí, se trata de una suerte de historia diacrónica, en la que, en ocasiones, es difícil ubicar claramente a qué periodo se refiere cuando habla del pasado de la ciudad; de todos modos, como Venecia está siempre orbitando insistentemente en torno al atractor extraño del Renacimiento, la verdad es que no importa tanto.

A pesar del formato narrativo, que va describiendo la ciudad a medida que recorre sus calles, no es un libro de pequeño formato que sea fácil de llevar encima mientras visitas la ciudad (salvo en su versión electrónica, imagino); supongo que hay demasiada Venecia como para condensarla en una guía de bolsillo.

Más de mil libros vendidos

Hoy vengo contento, porque mi libro "El lenguaje de programación Python de principio a fin" ha superado el millar de ejemplares vendidos; y es que, según me cuentan, este es un hito bastante notable que no muchos libros alcanzan.

Y, además, este hito es especialmente notable si tenemos en cuenta que no ha tenido publicidad ni ha habido ninguna promoción, más allá de los post que he publicado aquí, en este blog.

El lenguaje de programación Python de principio a fin

Aunque, según me han dicho, J. K. Rowling parece no haber notado aún de que su reinado como número uno en ventas mundial se acerca a su fin.

Best Seller

Tengo que admitir que lo de "Número uno en ventas" hay que relativizarlo bastante, teniendo en cuenta que esta es una categoría muy "de nicho" y que lo del número de ventas se actualiza continuamente. En cualquier caso, uno tiene derecho a sentirse orgulloso de sus éxitos, por muy relativos que sean.

Best Seller

Pero sobre todo, lo que uno no puede evitar es sentirse agradecido a los cientos de personas que han puesto su confianza en este libro.

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