En 2011 Izquierda Unida lanzó otra de esas propuestas ridículas que demuestran que la izquierda no sabe de economía, que sólo propone tonterías, y que no tiene ni idea de lo que habla.
La idea era retirar de la circulación los billetes de 500 Euros para así hacer aflorar el fraude fiscal que se ocultaba por medio de ellos, principalmente aquellos inscritos en la burbuja inmobiliaria en la que habíamos estado metidos hasta 2008.
Dicho brevemente: El principal uso de los billetes de 500 euros es hacer transacciones en dinero negro fruto de actividades delictivas. Especialmente aquellas relacionadas con la especulación inmobiliaria. Retirar los billetes obligaría a sus poseedores a pasar por el banco para cambiarlos, haciendo aflorar todo ese dinero oculto.
A muchos expertos liberal-conservadores, comentaristas políticamente incorrectos, tertulianos profesionales y, en general, señores de derechas, les pareció una idea de la más divertida, símbolo del desapego de la realidad de este partido.
Como se puede ver en los comentarios a la noticia en El Mundo, el cachondeo ante la ocurrencia era general:
Esta gente..... siempre con los pies en el suelo y proponiendo cosas interesantes. Da gana de botarles.
La verdad es que son pateticos, pero lo curioso es que aun habra algun despistado que los vote jajajajajajaja
Pero de dónde c.... sacamos a nuestros polítcos? Son demenciales
No contentos con el ridículo conseguido, en 2014 los de Izquierda Unida insistieron en llevar su propuesta al congreso.
La apostilla final de la noticia en La Gaceta es bastante descriptiva:
[...] la cuestión que habría que plantearse es el por qué aumenta el fraude fiscal, y si la mejor forma de combatirlo no sería bajando impuestos en lugar de cerrar el paso a billetes de tan gran magnitud.
Pero no todo era ridículo y vergüenza porque, en 2013, Rubalcaba se mostraba a favor de la ocurrencia durante un coloquio y, por fin, en 2016 el BCE (que hasta 2013 estaba totalmente en contra de la medida) anunció la retirada de los dichosos billetes para 2019.
En tan solo ocho años lo que al principio era otra tontería de la izquierda se ha convertido en un astuto plan del BCE para atajar el delito.
Así que, a partir de este año, los billetes de 500 euros se comenzarán a retirar de la circulación.
¿Qué ha pasado en los ocho años que van entre 2011 y 2019? ¿Qué ha cambiado desde la ridícula propuesta de Izquierda Unida hasta la inteligente maniobra del BCE?
Pues, para empezar, y pasando por alto la inconstitucional amnistía fiscal que aprobó el gobierno del partido popular, lo que ha pasado es que todos los delitos fiscales que se perpetraron durante la burbuja inmobiliaria han prescrito.
Todos los especuladores inmobiliarios que eran el principal objetivo de la medida se irán de rositas.
Ahora reíros de las ridículas propuestas de esos "patéticos" de la izquierda.
El periodista y escritor Jesus Lens (al que conozco personalmente y que me cae estupendamente) ha escrito en su blog (creo que se ha publicado también en el periódico Ideal) un artículo titulado "El auténtico fascismo" que deberías leer. De hecho, deberías leerlo ahora. Yo te espero aquí.
Dice Jesús Lens que hemos usado tanto la palabra "fascista" para referirnos a todo lo que no nos gustaba, que ha acabado perdiendo el sentido, de modo que, cuando aparece un verdadero partido fascista como Vox, ya no sabemos cómo reaccionar ante él.
No es el primero que lo afirma, y sin duda no será el último. De hecho, es algo que se menciona tan a menudo que seguramente debe ser verdad.
¿Que un partido defiende la mano dura contra la inmigración o promueve leyes contra la libertad de manifestación o expresión? Los etiquetamos de fascistas.
¿Que la policía tortura presos, disuelve manifestaciones con violencia o inventa acusaciones contra anarquistas? Fascistas.
¿Que viejos militares firman un manifiesto a favor de Franco? Otra vez el sambenito de fascistas.
¿Que una asociación sostiene posturas revisionistas sobre el franquismo? Más fascistas.
¿Que un escritor defiende el fascismo? Otro que acusamos de fascista.
Es que parece que vemos fascistas en todas partes.
En el 36 era fácil: Los militares que traicionaron su juramento y se alzaron en un golpe de estado (y, al fallar este, en una guerra) en contra de España eran los fascistas. Naturalmente, los partidos políticos en los que se materializó este golpe (la "Falange Española Tradicionalista" y las "Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista") y sus miembros eran también fascistas.
Es cierto que quizás fuera forzar un poco el lenguaje, pero también se calificó como fascistas a los que se aliaron con ellos de forma más o menos activa: Los grupos políticos cristianos y conservadores, grandes sectores de la burguesía, terratenientes, importantes empresarios o la iglesia.
Tras ganar la guerra, la cosa tampoco era muy complicada: Todas las estructuras políticas, administrativas y sociales fueron férreamente centralizadas en torno a Falange y las JONS en una estructura de tipo fascista llamada "Movimiento Nacional".
Oficialmente, ningún español era antifascista. Al menos, ningún español vivo. Toda España estaba regida por el Movimiento; todo responsable político tenía que jurar los "principios del Movimiento"; todo el que quería optar a un cargo público, docente, un puesto de funcionario, etc debía demostrar su fidelidad al Movimiento; toda actividad política o social estaba supervisada por las autoridades del Movimiento; toda la máquina de represión política estaba bajo el control del Movimiento.
El propio estado fascista, materializado en el Movimiento, se ocupaba de identificar claramente quién era fascista y quién no.
Pero, a la muerte de Franco, con la Transición, la cosa cambió de pronto.
De la noche a la mañana, una gran cantidad de importantes y reconocidos fascistas se transformaron repentinamente en demócratas de toda la vida.
Personalidades del franquismo tan poco sospechosas de oponerse al fascismo como el príncipe Juan Carlos (que había sido nombrado por el propio dictador como su sucesor) o el mismísimo ministro-secretario general del Movimiento se convirtieron en símbolos vivientes de la naciente democracia.
Incluso las personalidades del franquismo que se oponían a esa transición o que abogaban abiertamente por limitar la democracia, formaron sus propios partidos políticos democráticos.
Ministros del movimiento, artífices de la represión fascista, enemigos declarados de la democracia, opositores a las libertades, defensores de la dictadura... Todos encontraron acomodo en el sistema de partidos. Todos eran demócratas.
De pronto, un montón de gente que hasta entonces se había autodenominado fascista orgullosamente dejó de serlo. Fascista se había convertido en un insulto, algo terriblemente ofensivo. Nadie era fascista. Ahora todos eran demócratas de toda la vida.
Por supuesto, esto no sólo le ocurrió a políticos y otras personalidades; todo un segmento sociológico sufrió esa mutación de fascista a demócrata de toda la vida.
Pero eso no significaba necesariamente que hubiesen cambiado sus ideas o sus inclinaciones políticas.
En muchos casos seguían manteniendo exactamente las mismas opiniones sobre la patria, los extranjeros, las mujeres, la autoridad, la república, la religión, la historia, los inmigrantes, las comunidades autónomas, la lengua, la izquierda, la monarquía y un sinfín de cuestiones que siempre habían estado en el ideario fascista nacional.
Lo único que había cambiado en su mapa mental era el término "fascista", que ya no se podía emplear, al menos en público.
Y, para acabar de liar la cosa, los fascistas que ahora eran demócratas de toda la vida estaban acompañados de muchos otros que, sin llegar a comulgar con todo el ideario del Movimiento, sí coincidían con este en muchos puntos.
Y así llegamos a la actualidad, en la que no hay fascistas en España, sino que todos son demócratas de toda la vida. Incluso cuando coinciden en todo o parte con el ideario, actitudes u opiniones fascistas.
Incluso cuando afirman que la inmigración es una "invasión", son demócratas de toda la vida.
Incluso cuando se niegan a desenterrar a las víctimas del franquismo, son demócratas de toda la vida.
Incluso cuando se oponen a eliminar monumentos fascistas, son demócratas de toda la vida.
Incluso cuando participan en homenajes a Franco, son demócratas de toda la vida.
Incluso cuando dicen que con Franco esto no pasaba, son demócratas de toda la vida.
Incluso cuando tienen actitudes racistas, machistas o xenófobas, son demócratas de toda la vida.
Incluso cuando defienden posturas revisionistas, son demócratas de toda la vida.
Incluso cuando evitan rechazar el fascismo, son demócratas de toda la vida.
Incluso cuando sugieren ocupar militarmente Cataluña, Euskadi, o lo que sea, son demócratas de toda la vida.
Incluso cuando se oponen a sacar al dictador de su mausoleo, son demócratas de toda la vida.
Incluso cuando dicen que los fascistas tienen razón, son demócratas de toda la vida.
Incluso cuando afirman que los españoles asesinados por los fascistas se lo metecían, son demócratas de toda la vida.
Incluso cuando se oponen a acoger refugiados porque "no hay sitio", son demócratas de toda la vida.
Incluso cuando rinden honores a criminales fascistas, son demócratas de toda la vida.
Incluso cuando organizan grupos terroristas parapoliciales que asesinan y torturan, son demócratas de toda la vida.
Incluso cuando evitan llamar fascistas a los fascistas, son demócratas de toda la vida.
Incluso cuando hablan de patriotismo, orgullo y grandeza nacional, son demócratas de toda la vida.
Incluso cuando disuelven manifestaciones a hostias, son demócratas de toda la vida.
Incluso cuando se oponen a investigar los crímenes del fascismo, son demócratas de toda la vida.
Incluso cuando piensan que "los españoles primero", son demócratas de toda la vida.
Incluso cuando son indistinguibles de los fascistas, son demócratas de toda la vida.
Y ahora aparece Vox, que sí que son fascistas de verdad y no demócratas de toda la vida, y nos encontramos con que la palabra "fascista" ya está muy usada. Porque la hemos gastado aplicándola a todo aquel que se mostraba "xenófobo y racista, ultranacionalista y belicoso"; aunque fuera un demócrata de toda la vida.
Al parecer, la palabra está tan gastada que el líder de un partido demócrata de toda la vida se niega a definir a Vox como de extrema derecha (no hablemos ya de fascista) e incluso afirma que tiene una "excelente relación" con su presidente y fundador y que respeta y "comparte" algunos de sus principios.
Tanto "respeta y comparte" esos principio que la mayor diferencia ideológica que se le ha ocurrido mencionar es la estructura de las autonomías (Los fascistas quieren eliminarlas, los demócratas de toda la vida no). Si el propio líder de un partido democrático no encuentra diferencias más fundamentales entre un partido fascista y el suyo, no parece justo exigirles a los demás que hilen más fino.
La palabra está tan gastada que la prensa prefiere no utilizarla: Un ejemplo es este editorial en El Mundo que prefiere usar la palabra "populista" para hablar de Vox, al tiempo que contemporiza con el diagnóstico que hace ese partido del "problema territorial" (aunque no con su solución).
Así que sí, quizás sea cierto. Quizás hemos abusado de la palabra. Quizás hace tiempo que confundimos a fascistas con no fascistas. Pero me atrevería a decir que no es culpa nuestra.
Es que, durante todos estos años, a menudo ha sido bastante difícil distinguirlos.
Como probablemente sepas, he estado algunos años trabajando en la Oficina de Software Libre de la Universidad de Granada. Aunque ya hace cosa de un año que no tengo ninguna relación con esa oficina, de vez en cuando me siguen llegando consultas sobre software libre, licencias y ese tipo de cosas, con lo que he acabado haciendo una especie de texto introductorio explicando de qué va esto del software libre, y es este:
El Software Libre consiste en dar el poder al usuario.
El software Libre consiste en eliminar las barreras que impiden al usuario cosas tan triviales como usar el software, estudiarlo, aprender de él, mejorarlo, regalarlo o venderlo.
Para esto, una de las cosas más importantes es que el software que se distribuye vaya acompañado de su código fuente.
Los programadores crean sus programas usando una gran variedad de lenguajes. Posiblemente hayas oído hablar de cosas como Python, Java, Perl, PHP, BASIC, C, C++, Cobol, Go, Haskell...
Todo eso son lenguajes de programación y se usan básicamente para lo mismo: Programar.
En general, son lenguajes que están diseñados para que los escriban, lean y entiendan personas. En cierto modo, la mayoría de ellos son una especie de inglés macarrónico muy estandarizado.
Pero, normalmente (no siempre), esos lenguajes no son lo ideal para que lo entienda un ordenador, así que lo que se hace es usar un programa especial llamado "compilador" para convertir ese código entendible por humanos en otro tipo de código entendible por el ordenador.
Al lenguaje entendible por humanos le llamamos "Código fuente", el lenguaje entendible por el ordenador es el "código máquina" y el proceso de convertir el primero en el segundo se llama "compilar".
Una vez visto esto, ya te habrás dado cuenta de que, para que una persona pueda ejercer esa libertades de las que hemos hablado (usar el software, estudiarlo, aprender de él, mejorarlo, regalarlo o venderlo...) necesita tener acceso al código fuente.
El código fuente de un programa es lo que te permite ver cómo funciona, modificarlo, etc.
Por eso, siempre, el software libre debe ir acompañado de su código fuente o de algún medio para acceder a él. hoy en día lo más simple es ponerlo en internet en algún sitio accesible para su descarga.
Pero la disponibilidad del código fuente no es suficiente para garantizar las libertades del usuario (y, por tanto, que el software sea libre). También hay que tener en cuenta los derechos de autor y las licencias.
En España no existe el copyright, aunque usemos esa palabra para simplificar, sino que la Ley de Propiedad Intelectual habla de "derechos de autor". Los derechos de autor los tienes por el simple hecho de ser autor, no requieren registro ni nada. ¿Tú eres el autor de un programa de ordenador, un libro, poesía, película o lo que sea? Pues todos lo derechos son tuyos: Tú decides lo que se hace con esa obra.
El copyright es una figura del derecho anglosajón que no existe en nuestro ordenamiento. "Tener el copyright" viene a significar que eres el que puede decidir qué se hace con la obra. Si se puede copiar, distribuir, etc.
Los derechos de autor se dividen en "morales" y "patrimoniales". Los morales son irrenunciables aunque quieras. Sorpresa: El derecho a remuneración por copia privada (el famoso canon) es un derecho moral. La autoría también es irrenunciable. Aunque publiques con seudónimo o anónimo, nadie puede obligarte a ocultar tu autoría o arrogarse la autoría de una obra tuya. Hay más, como el derecho a la integridad de la obra, el derecho de modificación y, uno muy curioso, el derecho de acceso a la obra única.
Los derechos patrimoniales son los interesantes, porque son donde está la pasta, el negocio y tal, y son los que normalmente identificamos con el "copyright" anglosajón. Son los de reproducción, distribución, obra derivada, traducción, etc. A estos se puede renunciar, por ejemplo, cuando firmas un contrato con una editorial o cuando trabajas en una empresa de programación.
Los derechos de autor no son eternos (pero casi): Caducan a los setenta años tras la muerte del autor. Entonces la obra pasa a dominio público, que quiere decir que todo el mundo puede usarla como le venga en gana sin pedir permiso a nadie.
La legislación anglosajona (pero no la nuestra) permite poner algo en el dominio público voluntariamente.
Como autor, para ceder o renunciar a un derecho tienes que hacerlo expresamente. Esto es importante: Si no pones ningún tipo de licencia en tu obra y, por ejemplo, la cuelgas en internet, esa obra tiene "todos los derechos reservados". No se puede copiar, distribuir, ni básicamente hacer nada con ella. ¿Que un fotógrafo pone sus fotos en internet sin licencia? Pues no puedes copiarlas ni usarlas para nada, ni con fines de lucro, ni sin lucro, ni nada. Ya sé que eso no es lo que se hace en realidad, pero es lo que dice la ley.
Cuando firmas con una editorial (yo lo he hecho), ellos te ofrecen un porcentaje de las ventas (en torno al 10%) a cambio de que tú pierdas algunos derechos (patrimoniales) en su favor. Por ejemplo: Tú ya no puedes copiar regalar, vender o distribuir tu propia obra, sino que lo hacen ellos según las condiciones del contrato.
Si no haces un contrato con una editorial, sino que te buscas la vida (por ejemplo, colgando tu obra en tu blog), tú conservas todos los derechos. Tú decides qué se hace. Como he dicho antes, si no hay licencia explícita que diga que se puede hacer y qué no, se entiende por defecto que tiene "todos los derechos reservados".
Para permitir que se hagan cosas con tu obra puedes poner una licencia (o más de una, de eso hablamos luego). Una licencia no es más que un documento en el que dices qué cosas se pueden hacer (legalmente) con esa obra.
En el caso del software, las que nos interesan aquí son las licencias de software libre. las licencias de software libre son las que cumplen las cuatro libertades del software de la FSF, que es posible que ya las conozcas (sobre todo, si has estado en alguna charla mía), pero que voy a poner aquí de todos modos:
De paso, comentaré que las licencias "open source" son las que cumplen los 10 puntos de la OSI y que, debates bizantinos aparte, vienen a decir lo mismo que las libertades. Creo que había algún caso de una licencia que cumplía con la OSI pero no con la FSF, pero normalmente si una licencia cumple con una cumple con la otra. El debate Open Source vs Software Libre es relevante y pertinente, pero es sobre ética y principios, no sobre cuestiones prácticas.
De modo que una licencia libre es, básicamente, la que te dice que puedes usar el software sin restricciones, y copiar el código, modificarlo, distribuirlo y usarlo como te venga en gana. Naturalmente, como hemos visto arriba, para que estos derechos sean efectivos tienen que darte el código fuente (si no, a ver qué es lo que modificas y tal).
Algunas licencias libres tiene un tipo de cláusula especial llamada "copyleft". Es un invento de Richard Stallman y es, probablemente, la herramienta más poderosa para la expansión del software libre. Básicamente, una cláusula copyleft es la que dice algo como "puedes hacer todo lo que dice esta licencia pero, si distribuyes copias, modificaciones, etc, debes hacerlo usando también esta misma licencia".
Insisto en ello, porque es muy importante: Si haces un trabajo derivado de algo con copyleft, debes usar la misma licencia (o una compatible, pero eso es meterse en berenjenales). ¿Qué se consigue con esto? Que el trabajo que tú hagas también sea libre. Por eso al copyleft sus críticos empezaron a llamarle "la cláusula vírica". Lo que pasa es que el nombre nos moló y nos lo quedamos.
¿Cuáles son Las licencias con copyleft más importantes? GPL, Affero GPL Y LGPL. (LGPL tiene "copyleft débil", pero no me voy a meter en eso ahora)
Hay licencias que no tienen copyleft. Esto quiere decir que tú puedes redistribuir o hacer trabajo derivado usando otra licencia. Por ejemplo: usar algo con esa licencia libre pero sin copyleft para hacer un producto privativo. Por eso las licencias con copyleft molan mucho más.
las típicas licencias sin copyleft son la Apache, la MIT y la BSD.
A todo esto, y al contrario de cuando contratas con una editorial, empresa de software o lo que sea, tú, como autor, no pierdes ningún derecho. La obra sigue siendo tuya y tú decides. Puedes, por ejemplo, sacar la misma obra con distintas licencias sin ningún problema. Puede parecer una tontería (¿quién querría la versión privativa habiendo una libre?), pero a veces tiene sentido. Por ejemplo, MySQL tenía un sistema de este tipo: Una licencia libre con copyleft pero, si quieres usar su motor o lo que sea para algo privativo, pagas por una licencia no libre pero sin copyleft.
Todas las licencias mencionadas está dieñadas para aplicarlas al software; para liberar cosas que no sean software se suelen usar las licencias Creative Commons, pero no voy a meterme en ello ahora.
Y ya está: Código fuente disponible y licencia libre. No necesitas nada más para que sea software libre. Hay todo un mundo de complejidades y detalles, pero esto es lo esencial.
He decidido abandonar algunas redes sociales, en particular Twitter y Facebook (aunque la verdad es que ya las tenía bastante abandonadas).
Como no tengo muy claro si es definitivo o si querré regresar a ellas en un futuro, ni tampoco estoy seguro de si quiero darles algún otro uso ahora (por ejemplo, creo que voy a utilizarlas para anunciar las actualizaciones del blog), no quería eliminar esas cuentas, pero sí que tenía claro que quería eliminar los contenidos que, durante estos años, he creado para ellas.
Como era de esperar, ni Twitter ni Facebook lo ponen fácil. Aunque ambas permiten borrar entradas una a una, ninguna de las dos plataformas tiene una herramienta propia que permita borrar bloques completos de entradas y, por supuesto, ninguna que permita eliminar todas ellas de una vez.
A pesar de todo, existen herramientas de terceros (la mayoría online) que permiten, más o menos, hacer este trabajo.
Para borrar entradas de Facebook existe un plugin que se instala en el navegador Chrome (o Chromium, en mi caso) llamada Social Book Post Manager, que automatiza el proceso que el usuario debería hacer manualmente recorriendo una a una las entradas en el log de actividades de Facebook, haciendo click en ellas y seleccionando "borrar".
Este plugin comete muchos errores, se deja entradas sin eliminar, y hay que usarlo varias veces antes de conseguir borrarlas todas, pero cumple con su trabajo.
Para Twitter la cosa está más complicada. No porque haya menos oferta de aplicaciones (que las hay, y muchas) sino porque todas estas aplicaciones (servicios web, fundamentalmente) usan la API de Twitter para obtener los tweets que se borrarán, y eso tiene un par de problemas:
El primero es que debes autorizar a esas aplicaciones (aplicaciones web, recordemos) a acceder a tu cuenta de Twitter, con los problemas de seguridad que eso pueda tener.
El segundo es que la API de Twitter está deliberadamente limitada y sólo retorna los últimos 3000 tweets. Si has publicado menos de 3000 tweets no hay problema, puedes borrarlos todos. pero si tienes más de esos 3000 tweets no podrás borrar el resto (los más antiguos).
Para borrar un tweet mediante la API de Twitter necesitas conocer su ID, que es un identificador único consistente en un número de dieciocho dígitos. Pero para obtener los IDs de los tweets que deseas borrar necesitas solicitar una lista a la API, que sólo te retornará los últimos 3000 tweets publicados. Además, no sirve de nada borrarlos y volver a pedir los siguientes 3000, porque no te los va a dar.
Como yo tenía unos 19000 tweets publicados, esta solución no me servía.
Sin embargo, hay una forma de obtener las IDs de todos tus tweets sin tener que pedirlas a través de la API.
A través de su página, Twitter te da la opción de descargarte un archivo zip con todos tus tweets. y, dentro de ese zip. hay un archivo llamado "tweets.csv" que contiene una lista de todos tus tweets con toda su información, incluído el ID.
Así que he escrito un pequeño programa en python con el incómodo nombre de "deleteallmytweets" que usa la información de ese archivo para borrar todos los tweets de una cuenta.
Está disponible en dos versiones, para python 3 y para python 2, es libre (con licencia GPL) y puedes ver los detalles en su repositorio en Github.
Ayer tarde dos personas que saben de lo que hablan me estuvieron explicando que hay operaciones de cálculo simbólico que sólo pueden hacerse usando un software -privativo- determinado.
En particular, me mencionaron dos operaciones (que a mí me suenan a chino, claro), aunque imagino que habrá más cosas:
Esto quiere decir que, si alguien en el mundo está realizando algún trabajo de física que requiera del uso de estas operaciones, lo está haciendo con este software. Todos exactamente con el mismo programa.
Pero no sólo eso, sino que, como te decía, este software es además privativo. No puedes auditarlo. No puedes ver cómo funciona. No puedes saber exactamente qué es lo que hace ese software. No puedes confiar en él.
Si hay algo que puedas decir de un programa es que tiene errores. Todo software tiene errores. La cuestión es cuánto puedes tardar en encontrarlos, si puedes encontrarlos. Como todos, el software privativo del que me hablaban estas personas tiene errores. No sabemos cuáles.
Por supuesto, esos errores no tienen por qué estar en esas operaciones concretas que me mencionaban que, seguramente, funcionarán correctamente. Probablemente sean errores menores sin importancia, aunque también es posible que sean errores graves. Lo que es seguro es que los tiene y que, en principio, no podemos verlos, porque no podemos saber qué hace ese programa por dentro.
La pregunta "¿Podemos confiar nuestra ciencia a un software que no sabemos realmente lo que hace?" puede parecer una mera cuestión epistemológica sin relevancia práctica real, pero el caso es que tenemos precedentes:
Hace un par de años se descubrió que el software -privativo- que se usaba para analizar las resonancias magnéticas funcionales del cerebro tenía un error que falseaba sus resultados.
Como ese software era privativo, los científicos que lo estaban usando no podían saber qué estaba haciendo realmente. No podía saber que estaba falseando su trabajo.
Todos los trabajos que han usado ese software son sospechosos de contener errores que pueden incluso invalidarlos completamente.
Según los autores del descubrimiento, quince años de estudios del cerebro están en tela de juicio.
Y todo por un simple error de software. En un software científico privativo. No puedes auditarlo. No puedes ver cómo funciona. No puedes saber exactamente qué es lo que hace ese software. No puedes confiar en él.
¿Podría pasar algo parecido con la física? No es una mera cuestión epistemológica.