En ocasiones, suena tu teléfono.
El sonido puede ser uno cualquiera de entre una infinidad (probablemente no numerable) de combinaciones de tono, melodía, acordes, volumen, etc.
Ante la confusión terminológica que podría representar dicha infinidad (probablemente no numerable) y para simplificar, a ese sonido se le denomina con el onomatopéyico nombre de "Ring". Lo cual es ciertamente curioso porque hace ya bastantes años que ningún teléfono usa, de entre esa infinidad (probablemente no numerable) de sonidos, ninguno que se parezca decentemente a un "Ring".
Cuando esto ocurre (es decir: cuando suena el "Ring" descrito arriba), habitualmente es porque alguien ha marcado el número que corresponde a tu terminal telefónico en un aparato análogo a este, pero de su propiedad (entiéndase "propiedad" en el sentido amplio, ya sea por determinaciones legales o por la propiedad circunstancial que otorga el uso legítimo o no, ya sea por alquiler, préstamo, usufructo o enajenación).
Es necesario notar que, para que todo el sistema funcione, el número de tu terminal debe ser marcado siempre en otro terminal distinto al tuyo, mientras que que el numero de cualquier otro terminal sí que puede ser usado en tu terminal. Lo que nunca funcionará (y se habrían evitado muchos errores y tecleos inútiles con sólo recordar esta sencilla receta) es marcar el número de tu terminal en ese mismo terminal.
Muchos teléfonos modernos están provistos de funciones de memoria que permiten hacer uso de los número arriba mencionados sin tener que teclearlos (o, a lo sumo, habiéndolos tecleado una vez para después hacer que el propio dispositivo los almacene en un sistema electrónico al efecto). Para este tipo de teléfonos, las anteriores disquisiciones sobre qué números pueden ser marcados en qué terminales son también aplicables a los números así memorizados, aunque no se efectúe realmente y en un sentido físico la operación de tecleado.
Lo normal es que, si alguien teclea tu número en su terminal, tenga la pretensión implícitamente declarada de hablar contigo, mantener una conversación o, como mínimo, emitir una información normalmente verbal que espera que recibas. Históricamente (aunque los corifeos de la tecnología llevan años diciendo que esto va a cambiar), cuando se ha tratado de transmitir por este medio cualquier tipo de información gestual o visual, los resultados han sido negativos. Por lo tanto, en lo que sigue nos ceñiremos a la información transmitida por sonidos, principalmente en su vertiente verbal.
Bastante a menudo, puede darse el caso de que ese potencial interlocutor trate de hablar con una persona que no seas tú. Incluso, a veces, la persona con la que intenta comunicarse dicho interlocutor es un perfecto desconocido para ti. En general, eso suele deberse a un error al teclear el número de terminal antes mencionado. Pero como, de todos modos, no es nada fácil para ti, en calidad de receptor, descubrir ese error hasta que se haya establecido de un modo efectivo esa comunicación supuestamente deseada, asumiremos la simplificación de que tú eres realmente el individuo al que va dirigida esa llamada.
Llegados inexorablemente a la conclusión de que alguien pretende hablar contigo, debo señalar que la comunicación en este punto es meramente potencial, y que se requerirá de una actuación (una participación activa, por así decirlo) por tu parte para hacerla efectiva en cualquier sentido realista y factual del término.
En tiempos ya pasados, los terminales telefónicos disponían de un dispositivo llamado auricular que, como su propio nombre indica, debía ser situado junto a la oreja para poder escuchar a tu interlocutor. En caso de que, por nacimiento, accidente u otras causas, carecieses de tal oreja, podía situar el auricular directamente sobre el oído o cualquier otro órgano o dispositivo que normalmente usases para oír. Como ya hemos establecido casi apriorísticamente que la comunicación debe usar el sonido como canal, obviaremos todos los posibles supuestos en los que carezcas de dichos órganos de escucha.
El auricular al que me refiero, solía estar situado (en su estado de reposo previo a la aproximación a esos órganos auditivos) colgado sobre el resto de aparato o junto a él. La comunicación se establecía por medio del acto (normalmente deliberado) de descolgar dicho auricular.
Hoy día, sin embargo, vivimos en una época mucho más tecnificada, y la comunicación adquiere su plena realización por medio de otro tipo de actos. Usualmente, pulsando una tecla del aparato (nota que esta pulsación no equivale al acto de marcar un número, por lo que no está sujeto a las excepciones antes mencionadas acerca de números y terminales). A pesar del cambio de procedimiento y por razones históricas y de tradición, a este acto se lo denomina "Descolgar" el teléfono (es válida, en algunos lugares, la expresión "Coger" el teléfono, pero su uso puede inspirar la hilaridad a los habitantes de algunos países, por lo que la evitaremos en lo subsiguiente).
Una vez establecido de este modo el canal de comunicación telefónico, se hace necesario hacer partícipe a tu interlocutor de este hecho (lo que se expresa normalmente con las palabras "Contestar al teléfono"). Para ello no hay un sistema estándar universalmente aceptado, pero un modo aceptable puede ser el que respondas educadamente con un "¿Diga?".
No tiene que ser necesariamente un "¿Diga?", hay muchas opciones igualmente educadas (aunque, como hemos visto en párrafos anteriores, el sistema debe ser auditivo y, preferentemente, verbal), pero lo importante es la entonación: Por un lado debe ser interrogativa para que (paradojicamente) no parezca que estás en un interrogatorio (un "¿Diga?" imperativo es demasiado agresivo y te hace parecer al poli malo de las películas americanas) pero sin que dicha interrogación sea demasiado ansiosa, que tampoco te va la vida en saber de qué se trata. Por otra parte, también conviene huir de tonos demasiado suaves o sugerentes, o tu interlocutor podría creer que ha llamado a un teléfono erótico (que es un tema relacionado, pero del que no hablaremos aquí).
Respecto al volumen de ese "¿Diga?" (que, recordemos, no tiene que ser necesariamente un "¿Diga?"), hay que advertir que varía enormemente en función de las condiciones ambientales (y esto es importante) a ambos lados del canal de comunicación. Dado que le aparato telefónico, normalmente, solo requiere del uno de uno de los oídos, deberás usar ese para tratar de inferir lo mejor posible cuales son las condiciones al otro lado de la línea, e integrar esa información con la de tu propio lado de la conversación, obtenida normalmente con el otro oído. A menudo se hará necesario subir o bajar el volumen durante los primeros intentos de entablar la conversación, para así alcanzar una aproximación óptima.
Tras ese "¿Diga?" de confirmación (que, insisto, puede no ser un "¿Diga?" literal), es recomendable esperar unos segundos para que nuestro interlocutor tome la iniciativa (después de todo, es él el que ha empezado todo esto al marcar tu número en su terminal) iniciando lo que, si todo va bien, puede ser la semilla de una conversación.
Es de esperar, llegados a este punto, que se pueda alcanzar la comunicación que, supuestamente, se pretendía desde un principio.
Los resultados de esta comunicación son impredecibles, y la historia nos ha dejado fascinantes ejemplos de guerras, amores, descubrimientos, equívocos, risas y llantos, llantos y risas, risas o llantos, muertes, libros, complotes, historias y, en definitiva, la prueba de que el ser humano es capaz de una fascinante infinidad (probablemente no numerable) de actos, comportamientos y posibilidades.
...Y entonces escuchas la voz de una grabación que dice "Buenos días. Si quiere escuchar nuestra oferta pulse 1".
Y cuelgas maldiciendo.
Si hasta para venderte algo usan una voz enlatada, merecen los setenta y siete infiernos.
Este post está inspirado por la anécdota final (que me ha ocurrido hace un rato). Iba a ser mucho más corto pero, mientras lo escribía, me he dado cuenta de que me estaba saliendo una especie de "homenaje" inconsciente a Cortazar.
A partir de ahí, he tratado de hacer una especie de "homenaje" consciente a Cortazar.
Definitivamente, Esperanza Aguirre es gafe.
Despues de que la patronal se haya vuelto socialista y de que Aznar sea ecologista, solo nos faltaba esto. Ya no nos quedan mitos.
Si nos despitamos, son capaces de santificar al crítico de la Hegemonía como San Antonio Gramsci de las Benditas Superestructuras (Me encatará saber cuales son los tres milagros que encuentran para su santificación).