Tengo la suerte de vivir cerca de Sierra Nevada.
A veces salgo a la montaña a caminar o a acampar unos días.
Bueno, quizás debo decir "salía", porque hace mucho tiempo que no lo hago.
El caso es que es agradable: Caminas por algún sendero, solo o acompañado, mientras a tu alrededor se alzan montañas cubiertas de árboles, matorrales o, ya en las cumbres, pequeñas flores árticas aferradas a la roca desnuda.
En Sierra Nevada, si asciendes lo suficiente y acampas cerca de una laguna, puedes ver cómo las cabras monteses bajan al amanecr a abrevar. Como allí no hay cazadores ni domingueros, no son demasiado huidizas, y pueden llegar a aproximarse a tí unos pocos metros. Te aseguro que es impresionante.
Existe también una gran variedad de plantas endémicas, algunas de ellas en serio peligro de extinción.
Debido a su gran altura, puedes encontrar muchos ecosistemas con diferentes climas, algunos muy localizados, y paisajes de muchos tipos.
El aire es tenue, y entra en los pulmones ensanchándolos, trayendo olores a nieve, a sol, a vegetación y a vida.
Es francamente hermoso.
Por la noche, con el aire más transparente que puedas imaginar y sin la contaminación luminosa de la ciudad, puedes contemplar el cielo más hermoso. Un manto de un negro profundo al que adornan miles de estrellas, cruzado por la fantasmal cinta de la Vía Láctea.
Creo que hace demasiado tiempo que no subo.
Cuando camino por la sierra me siento frágil y minúsculo ante esos paisajes.
Pero también me siento ignorante.
Me explico: Hace no tanto tiempo tenía, inconscientemente, la idea de que siempre tendría tiempo para aprender cualquier cosa. O sea, que si tenía curiosidad por algún tema, siempre podría encontrar algún libro u otra forma de enterarme "de qué iba eso". O de que, en el futuro, llegaría a aprenderlo.
Pero, actualmente, y cada día más, sé que esto no es cierto.
Y esa sensación es la que me embarga en mis paseos montañeros. Yo miro a mi alrededor y veo imponentes montañas, o bosques enmarañados, o cientos de animales de todo tipo. Pero sé que solo veo la superficie de lo que hay.
Porque, por ejemplo, un geólogo mirará esas mismas montañas y leerá una historia de millones de años escrita en sus estratos. La misma montaña le contará como fuerzas inconcebibles la alzaron desde un fondo marino. Le hablará de cómo un río, o un glaciar que ya no está allí, cortó el valle por el que camina, luchando contra la roca a lo largo de incontables años, o como nació y se desarrolló el suelo que pisa.
Y un biólogo verá esos mismos árboles y animales como una compleja, intrincada y hermosa historia de evolución y adaptación, como un ecosistema donde cada ser vivo ocupa un espacio concreto y ejerce un papel definido.
Pero yo miro ese mismo paisaje y sé que esas historias está ahí, pero no puedo verlas.
Y me siento ignorante. Porque la montaña me habla y yo no sé escucharla.