-Levante las manos y no trate de moverse, o no dudaré en usar esto. - El Gato con Botas hizo un gesto en dirección al hombre con el cañón de su kalashnikov. Podría haber pasado por un gato normal y corriente (quizás algo crecido), pero tenía botas. Unas botas desproporcionadas al tamaño del felino pero que, en lugar de dificultar sus movimientos, parecían correr por sí mismas. Llevaba además un pequeño chaleco, un zurrón de piel al costado, y un sombrero de ala ancha, adornado con una larga pluma de pavo real que trazaba arcos nerviosos cada vez que el gato se movía.
Y hablaba: El jodido bicho hablaba con acento francés.
Pero, curiosamente, lo que resultaba más conspicuo de todo ello era el kalashnikov. Parece que hay algo en la mente humana que es capaz de aceptar la existencia de un gato con botas, chaleco, zurrón, sombrero y acento francés. Pero ese mismo algo se niega a admitir que un gato sostenga un fusil de asalto.
A esa hora de la noche la sala estaba en penumbra, pero entre las sombras podían adivinarse los reflejos de cobre y cristal de extrañas máquinas y aparatos eléctricos de aspecto ominoso que zumbaban casi por debajo del umbral auditivo.
La única zona iluminada era la pesada mesa de madera, cubierta de montones desordenados de hojas de papel, junto a la que estaba el tembloroso humano. Este llevaba gruesas gafas redondas, una bata de laboratorio obviamente demasiado grande para él, y una corbata de pajarita. Su apariencia indefensa y atemorizada era más ridícula que amenazadora, pero ya sabes lo que pueden llegar a engañar las apariencias, sobre todo en el caso de los científicos malignos.
El Gato con Botas avanzó lentamente, con la mirada fija en el profesor, sin dejar de apuntarle. -He venido a por usted, Herr Doctor: Va a pagar por todos sus crímenes.
-Pero ¿Quién eres tú? ¿Qué es lo que quieres?- Consiguió articular por fin el hombre.
-Dígame- Le ignoró el animal -¿Recuerda al Gato de Cheshire?
-¿Cómo? No entiendo qué...
-¿Sorprendido? No esperaba que su prisionero escapase de entre sus garras, pero lo hizo. Sólo el Diablo sabe lo que tuvo que padecer en su infernal laboratorio.
-Pero, yo...- Intentó hablar el científico.
-¡Silencio!- Le interrumpió el felino. -No trate de hacer nada raro y camine lentamente hacia el fondo del laboratorio.
El hombre lo hizo, caminando hacia la oscuridad con pasos cortos y seguido de cerca por el cañón del kalashnikov mientras el gato seguía hablando.
-Los cambios de humor, esa extraña forma de hablar, la incapacidad para mantener el hilo de una conversación o su mirada enloquecida pueden soportarse a duras penas, pero las secuelas físicas han sido aún más horribles: Desde que le hizo aquello no puede mantener la forma durante demasiado tiempo. A veces sólo puede verse su sonrisa. A veces sólo su cola. A veces no está ahí, como si nunca hubiese existido. ¡Necesita de toda su concentración simplemente para existir! -La voz del gato con Botas acabó convertida en un grito en su última frase.
-Yo no pretendía... ¡Fue un error! ¡Ese no era el objetivo del experimento!- La voz del hombre sonaba desesperada. Se habían detenido junto a un objeto grande, parecido a un ataúd pintado de negro y semioculto entre las máquinas.
-Sus excusas no le valdrán de nada. Va usted a pagar por todas sus víctimas. Sufrirá en sus propias carnes lo que le hizo al Gato de Cheshire.
-No se atreverá a...- La voz del científico se ahogó en un gemido desesperado.
-Sí. Me atreveré. Ahora, sin trucos ni hacer movimientos bruscos, entre en la caja, Doctor Schroedinger.