Truffaut, Zhang Yimou o George Lucas. No importa. Pero tiene que ser con la bolsa de palomitas más grande que exista, y con un refresco de similar envergadura. Creo que los auténticos cinéfilos llaman (despectivamente) a la gente como yó "masa palomitera".
Ni champagne, ni cava, ni exquisiteces enológicas de ninguna clase: Lo mío es la tradicional cerveza, dorada, cristalina, espumosa, refrescante.
Olvídate de hacer cola ante discotecas super super fashion con gorila malencarado en la puerta. Quiero estar acodado en la barra de mi garito y escuchar cómo los borrachos de al lado solucionan los problemas del mundo.
Abajo las cafeterías de lujo, con barrocas estatuas dorados sosteniendo las lámparas y querubines pintados en el techo. Prefiero escuchar el grito de locomotora de la máquina de café y la repetitiva música de la tragaperras que está siendo acosada por un paisano.
Nada de restaurantes de cientoventiseis tenedores, nouvelle cuisine, ni delicias de colibrí en salsa de arándanos recién recolectados. Soy mucho más feliz en la combinación bar-y-bocata.
Arranquemos los cocodrilos de sus polos, muerte a las corbatas, vamos a quemar esas camisetas con logotipos grandes como vallas publicitarias. Me quedo con el viejo jersey de lana que tejió mi madre y con mi ropa de segunda mano.
No quiero hoteles con una constelación de estrellas sobre la puerta ni viajes cargados de maletas. Me gustan mi mochila, mi saco de dormir, mi tienda de campaña, y un albergue barato.
El golf es aburrido, y el tenis muy cansado. Es mucho mejor el futbolín y, a veces, darle patadas a un bote mientras caminas por la calle.
Nunca podré ser rico. No me sale.
Tengo alma de proletario.