A veces, la presión del simple vivir aumenta sin que te des cuenta.
Supongo que le pasa a todo el mundo cuando, poco a poco, vas descubriendo que no sabes quién eres, ni quién quieres ser.
Sin niguna razón concreta, ninguna tragedia, ninguna amenaza. Solo el discurrir de días sin sentido.
Y tú sigues llevando tu vida de moderada felicidad, tratando de parecer una persona normal, mientras la presión sigue creciendo ahí dentro.
Entonces es cuando empiezas a ser peligroso para la salud de los demás. Si alguien te pregunta "¿Como estas?" en este estado, es posible que le estrangules o le grites o, lo que es peor, le cuentes cómo estás.
Pero, si eres un ser civilizado, aguantas, sonríes y respondes con un "bién, gracias ¿y tú?". Pero los días siguen pasando, idénticos como las celdas de una prisión, pesados como un ejército de apisonadoras, irritantes como cuchillas sobre un cristal.
Y un día un pequeño detalle sin importancia te da el tiro de gracia.
Confundes la sal con el azucar, o no encuentras las llaves, o rompes un jarrón, o te araña el gato...
Y lloras.
Y, con suerte, no hay nadie cerca para decirte que "no es para tanto" o "solo es un jarrón".
La parte buena es que ya has tocado fondo: Desde aquí solo puedes salir hacia arriba.